Almas destinadas, cuerpos separados

Autora: Metanoia Lune (María José Villada Pinilla)

“¿Y si el amor verdadero solo existe cuando dormimos?”, pensé mientras me apuraba para llegar al trabajo. Otra vez tenía que dejar la película dentro de mis
sueños e ir a vivir en el mundo real. Pasé por café al lugar habitual; me gusta porque desde la terraza puedo ver cómo se mueve la ciudad e imaginar la vida de todos. Ese día estaba llena, no podría fantasear ni crear películas en mi mente. Pedí mi café y caí en cuenta que el mesero era nuevo. Se veía atareado, pero aun así, muy calmado, tarareaba una canción. Atrás mío iba una mujer escuchando la misma canción. Me sonó conocida, pero por mi mente solo pasaron estrellas. ¡Qué conexión, y no se dan cuenta!

-señorita, su café.

Tanto me distraje que no me di cuenta de que me hablaba a mí. Tomé el café y apenas pude decir un “gracias” antes de irme apurada al trabajo.

Me desperté otra vez pensando en ti. ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo se puede olvidar a alguien que ni conozco y está dentro de mis sueños cada noche? Hoy soñé con ella, fue genial; las flores y el color amarillo eran tan importantes como su compañía. Cruzábamos una playa en Hawái, pero entonces sonó la alarma y te tuve que abandonar para continuar con mi vida, despierto, pero sin ti. Había mucho tráfico de camino al trabajo, mucha gente va en su mundo y es imprudente. Me crucé varias personas y nadie levantaba la cara, tanto así que choqué con una chica distraída, y aunque recogí sus telas de feo estampado floral, ella ni se disculpó. Es sorprendente las personas que tan groseras pueden ser.

Apurada y distraída llegué al trabajo. Un día de estos voy a causar una tragedia por caminar tan despistada. Ni siquiera en el café fui capaz de hablar con el
mesero amablemente, fue un simple “gracias” y me fui. Debí decirle de la mujer atrás mío, tal vez ellos puedan tener una historia como la de mis sueños y ver el atardecer en la playa, rodeados de piñas. En el trabajo todo fue como siempre: recortes, hilos, agujas y un jefe que solo sabe mandar. Ni siquiera en mi casa pude descansar, pues el vecino parecía estar en una reunión con sus amigos. Siendo sincera, no me molestó tanto la música, me sonaba familiar, pero no podía superar que ellos estuvieran divirtiéndose, mientras yo tenía que sumergirme en mis sueños para reír.

Todavía no supero la grosería de la gente. Estaba tan cansado que decidí no quedarme mucho rato en la reunión. Me fui a casa, preparé un café y me senté en el sillón. Aunque fue un día largo, no me sentía mal; al contrario, me sentía como alegre, como si estuviera a punto de abrir una sorpresa. Estaba tan ansioso que no pude conciliar el sueño rápido. Me quedé pensando en esa playa de Hawái que apareció en mi sueño, y aunque logré dormir, no pasó mucho tiempo hasta que volví a despertar.

El teléfono sonó. Era mi jefe. Otra vez iba tarde. Estaba cansada, no pude dormir bien por el ruido. De nuevo tendría que abandonar mis sueños para correr al trabajo. Había mucha lluvia, lo que me recordaba a mi historia nocturna, pero allí, en la vida real, no estaba bailando con el amor de mi vida. Por el contrario, estaba sola y corriendo. De pronto, un extraño chocó conmigo.

—Qué bien que te luce este clima.

—¿Perdón?

—Sí, esta escena ya la viví.

Lo miré extraño y ambos seguimos caminando como si no hubiera pasado nada. Asumí que estaba loco y, aunque me pareció raro, no le di importancia y continué mi camino.

Abrí los ojos ansioso, intrigado por ese sueño tan mágico. Los libros de la biblioteca nos transportaban a mundos impresionantes; tu compañía convertía el
clima frío en uno cálido, y el toque final, tu hermosa sonrisa, que por primera vez había podido ver, hacían de este, entre tantos sueños que tuve, el más real, el más vivido. Siempre creí que eras un invento, pero en esta noche pude descubrir, al fin, tu rostro, y con él, saber que en este mundo también te encontrabas. Y que, aunque no te conocía y solo te había visto entre la multitud, esa desconocida no me parecía tan lejana ahora.

Estuve ansioso por encontrarte entre nubes grises. De lejos te observé, tan cerca de ti y no podía hacer nada. Desearía que me reconocieras, que al cruzar palabras me entendieras y viviéramos todos esos sueños. Me pregunto: ¿qué pasaría si también vivieras lo que yo vivo? Si en realidad estuviéramos destinados… Así, lleno de ilusiones, me fui al trabajo. Entregué varios pedidos mal, pero no importaba; lo que más me pesaba era ese vacío de no tenerte, aunque ni nos conocemos.

Hoy también llegué al trabajo apurada, otro día en el que me regañaron. Decidí reconfortarme con un café. Me senté en la terraza y, del piso de arriba, cayó una nota que tenía escrito “Hawái”, con muchas flores. Me pareció tonto, me dio risa, y aunque sabía que no era para mí, me subió el ánimo. Abandoné la cafetería, pero alguien me siguió y murmuró…

—Adiós

Lo ignoré y seguí caminando.

Luego del trabajo, entregué mi renuncia, mis padres necesitaban que regresara. Aunque me da impotencia nunca cruzarnos, me quedo los sueños. Tal vez no estamos destinados, sea un capricho. En nuestro sueño la conexión podía explotar, pero al final ambos vamos por caminos distintos. Esto está escrito, es
momento de soltar. Siempre te recordaré, algo irónico porque tú ni me conoces. Con lágrimas, tomé ese vuelo y me fui para siempre.

Me desperté ansiosa, mi mente daba vueltas todo parecía tener sentido, el mesero del café no parecía tan lejano a mí, el chico de la calle conexión pura, ambos eran la misma persona y noche a noche soñé con el sin saber que en el día lo ignoraba.