En memoria de la profesora Gloria Sánchez Restrepo
4 de noviembre de 1988
Noviembre era un mes muy lluvioso.
La carretera embalastrada se perdía bajo una alfombra de barro espeso. Ni las botas de caucho eran suficientes para llegar limpio a la escuela. Mi casa distaba alrededor de un par de kilómetros, pero nada era tan maravilloso en la vida como escuchar a la profesora Gloria mientras impartía sus clases. Llevaba todos los materiales preparados. No improvisaba. Lo dulce de su voz se confundía con las sumas y las restas, con la geografía y las ciencias, con cada cuento o poema de libritos nuevos, de voces ajenas y lejanas que no distinguía.
Ese día se tornó opaco, más gris que de costumbre. La lluvia lastimaba mis ojos y escurría por mi endeble cuerpo sin piedad. Escampar o seguir caminando fue un dilema siniestro. Yo quería llegar pronto a la escuela, sin embargo, en cada paso había temor. Miedo a enfermar de gripa, miedo a una pela de mi mamá, miedo a que los cuadernos dejaran de servir, miedo a sentirme débil.
Olvidé las dudas. Apuré el paso. Llegué emparamado. No importó. Mis compañeros también lavaron sus útiles con lágrimas, con miedos, con dolor, los lavamos en la sonrisa de ella, en tres palabras: —mañana se secarán—.
Sentado en el pupitre escurría agua, pero no importó. Anhelaba escuchar su clase. De repente, la vi sonreír con cierta melancolía mientras decía:
—Hoy no habrá clases.
—Nos secaremos jugando.
Entre rondas y sencillas competencias fueron pasando las horas.
A las cuatro llegó el carro por mi profesora. No recuerdo bien si fue almaseca, cautil, don Rubidio, suso o resoplo. Quienquiera que haya sido el chofer, en mi sutil e inocente franqueza de un niño de ocho años era consciente de que el recorrido de las cuatro llegaría hasta la escuela, de que ella se subiría en la cabina, de que ella se iría para el pueblo, para Belén.
4 de noviembre de 2023
Noviembre es un mes muy lluvioso.
La calle asfaltada se pierde bajo una alfombra de paraguas. Mis pasos se pierden entre zapatos elegantes, tenis de moda e incluso chanclas viejas vacilantes. Ningún calzado es suficiente para llegar limpio hasta el templo. Aunque el atrio es alto y sus escaleras amplias, el camino parece interminable, pero nada es tan doloroso en la vida como escuchar el nombre de la profesora Gloria en los responsos del sacerdote.
También llevan los materiales preparados. Se nota que no improvisan. No escatiman en gastos. Lo bello del de profundis se convierte en llanto. Se confunde con las sumas de los vitrales, con las restas de quienes se quedaron afuera, con la geografía de un pueblo, de sus barrios y sus veredas que ahora se lamentan, con las ciencias sagradas que me hablan de un cielo y un encuentro en lo eterno…con cada canto fúnebre, retazos de unos cuentos coreados y poemas de libritos viejos que ahora son voces plañideras, ajenas, tan incisivas que en medio de la pena las distingo.
Este día es opaco, más gris que de costumbre. La lluvia ya no interesa, estoy con ella en el templo. Ahora no lastima mis ojos como en años viejos; y que importa si me deshago en lágrimas que escurren por mi rostro. Salir corriendo sin saludar a nadie. Esperar en el cementerio. Ya quiero que acabe esta escena, pero tras cada pensamiento vuelve el temor. Miedo a enfermar de depresión, miedo a las miradas de mis excompañeros de clase, miedo a que las coronas florales se marchiten sin mí, miedo a sentirme fuerte.
Nuevamente, como antaño, olvido las dudas. Apuro a secarme la cara. Voy saliendo tras el ataúd con mis amigos. Ellos también están lavando sus recuerdos de útiles mojados. Los enjugamos con llanto, con miedos, sin ellos, con ellos. Nos consolamos en la memoria de la sonrisa de ella, en tres palabras: —allá nos veremos—.
Y entonces pasa una hora.
A las cuatro llega el carro por mi profesora. No es almaseca, cautil, don Rubidio, suso o resoplo. Quienquiera que sea el chofer, en mi sutil e inocente franqueza de un viejo de 43 años, soy consciente de que otro recorrido de las cuatro ha llegado hasta la iglesia, de que ella no se subiría en la cabina, de que ella se iría para siempre, para el silencio de su tumba, para la eternidad.