En un lejano pueblo en las afueras de Colombia, Don Ernesto, un campesino muy noble y simpático, se dirigía hacia su casa. Era un domingo, casi las 7:00pm y este campesino llevaba las provisiones necesarias para el sustento de un mes debido a que grupos armados habían sido vistos cerca del pueblo y Don Ernesto no podía darse el lujo de arriesgar a su familia ya que eran muy pobres, por lo que serían muy vulnerables ante un ataque guerrillero.
En la casa de Don Ernesto doña Amelia su esposa y su nieto Alejandro lo esperaban con ansias, ya que Ernesto sale muy temprano en las mañanas y la mayoría de las veces apenas y les dice buenos días, doña Amelia preparaba la cena y le dijo a su nieto “Alejo prepara la mesa que tu abuelo no tarda en llegar”, Alejo se apresuró a preparar la mesa ya que no quería enfadar a su abuela, pues desde que tenía 4 años vive con sus abuelos quienes le dieron una infancia muy agradable, desafortunadamente los padres de Alejo fallecieron en un atentado contra el pueblo por parte de un grupo armado. Alejandro era consciente de por qué sus padres no estaban con él, pero no le importaba debido a sus maravillosos abuelos, por esta razón Ernesto siempre sale a mercar y a trabajar solo pues no quiere poner en peligro a su nieto y que le pase lo mismo que a sus padres.
Ernesto ya se encontraba cerca de su casa aproximadamente a unos 15 minutos cuando de repente algo llamo su atención, un grito de auxilio que venía de una casa cercana perturbo la paz de aquella noche. Don Ernesto no se lo pensó dos veces y desenfundando su machete se dirigió tan rápido como pudo a aquella casa, pero al entrar lo que vio lo dejo paralizado.
Ya eran las 10:00 pm y Ernesto no llegaba a casa, la preocupación de Amelia, era difícil ocultar pues su marido jamás había llegado tan tarde un domingo ya que al día siguiente debía trabajar desde temprano, Alejandro por su parte trataba de buscar una razón lógica de porque su abuelo aún no llegaba y se negaba a pensar que algo le había sucedido, aunque en el fondo sabia que así era. Amelia no pudo soportarlo más y llamo a una vecina quien acudió tan rápido como pudo para cuidar a alejo mientras ella salía a buscar a su esposo.
Amelia con un nudo en el estómago, salió a las calles oscuras preguntando a cada Persona que encontraba y buscando en los lugares donde Ernesto solía frecuentar, pero desafortunadamente la respuesta era la misma, absolutamente nadie sabia del paradero de Ernesto.
Llegaron las 2 am y Amelia con una expresión de cansancio y tristeza llego a casa sin noticia alguna, Alejandro estaba desconcertado pues la situación era absurda su abuelo nunca hubiera hecho eso, no dejaba de pensar en el destino que corrieron sus padres. Doña Teresa se quedo esa noche acompañándolos pues su marido estaba de viaje y no quería dejarlos solos en aquel momento de duda, Amelia exhausta trataba de tomar el control pero en su mirada se podía apreciar el profundo miedo que sentía.
Amelia, aunque intentaba mantenerse firme, no podía ocultar el temblor en sus manos mientras preparaba un café amargo. Doña Teresa, con una mirada sombría, insistió en acompañarla a buscar a Ernesto, llevando consigo un rosario bendecido y unas ramas de ruda, “por si acaso”, murmuró.
Llegaron las 3 am, mientras la luna descendía de su punto más alto la familia de don Ernesto permanecía despierta sin poder pegar un ojo tras la desaparición de su querido familiar. De repente, un golpe seco en la puerta los sobresaltó. Amelia y Teresa se miraron con alivio pensando en que Ernesto volvió, entonces Alejandro se apresuró a abrir la puerta.
Pero no era Don Ernesto.
Una figura de ojos brillantes y penetrantes que parecían no reflejar sentimiento alguno, era alargada de rostro huesudo y en sus manos no había provisiones sino unas extrañas flores oscuras que nunca habían visto en la región.
El silencio invadió la habitación. Alejandro sintió un escalofrío recorrer su espalda al recordar las historias que los ancianos contaban sobre la Madremonte, el espíritu protector de los bosques.
La figura habló con una voz grave y resonante: “Buscáis a un hombre de campo. Se adentró en mis dominios sin el debido respeto. La noche reclama lo que la noche toma.”
Amelia cayó de rodillas, suplicando: “¡Por favor, espíritu del monte, devuélvanos a mi esposo! Era un buen hombre, solo regresaba a su hogar.”
La figura permaneció quieta por un momento, sus ojos fijos en el rostro desesperado de Amelia. Luego, extendió una de sus manos huesudas y dejó caer una de las flores oscuras en el suelo.
“Donde esta flor florezca al amanecer, allí lo encontraréis. Pero recordad, el monte no perdona la imprudencia.”
Con la misma lentitud con la que apareció, la figura se desvaneció en la neblina, dejando tras de sí un silencio aún más denso y el penetrante olor a tierra húmeda.
Amelia, Teresa y Alejandro pasaron la noche pasmados, observando la extraña flor oscura. Al primer canto de gallo, un pequeño brote verde comenzó a emerger de sus pétalos negros. Con una mezcla de temor y esperanza, siguieron la dirección en la que la flor parecía inclinarse.
Los llevó hasta un barranco cerca del arroyo, y Allí, encontraron a Don Ernesto, malherido y con la mirada perdida, como si hubiera regresado de un sueño profundo. A su lado, marchitas, yacían las provisiones que llevaba.
Don Ernesto no recordaba cómo había llegado allí. Solo recordaba el grito de auxilio, la oscuridad del bosque y una sensación de frío intenso antes de perder el conocimiento.
Aunque Don Ernesto regresó, la experiencia dejó una marca imborrable en la familia, pues les habían dado una segunda oportunidad y no la iban a desaprovechar.