Una noche en viena

Autora: Pulser (Isabela Pulgarín Serna)

No podía ver, sentía que mi cuerpo y cabeza daban vueltas, no era consciente de nada, solo de los destellos que crearon mis ojos, parecían estrellitas. Solo podía pensar en estrellas mientras sentía cómo la sangre iba bajando por mi piel, entonces no era consciente, había tenido un accidente, el carro había quedado boca arriba, los cristales del parabrisas estaban rotos, no era capaz de moverme, me era imposible… Las lucecitas de la ambulancia comenzaron a verse a lo lejos, azul, rojo, blanco, entonces ya no era consciente.

Ella había tenido un accidente después de haber tomado un vuelo a un país aleatorio, estuvo en coma seis meses, pero eso no le impidió quedarse en Viena más días, ni ella sabía qué hacía en Viena después de todo eso, como si nada hubiese pasado. Ella había querido conocer El beso de Gustav Klimt.

Me imaginé muchas veces cómo sería cuando llegase el día de ir a ver El beso y créanme, en ninguna de ellas estaba corriendo por las calles de Viena, desesperada porque ya era tarde, no falta mucho para que cierren la galería y no logro encontrar la obra.

Avancé hasta el lugar indicado por el folleto.

Lo vi, el cuadro era imponente, robaba toda la atención al entrar en la sala. Ahí estaba el icónico Beso de Gustav Klimt en todo su esplendor, lo admiro en silencio, mientras me fijo en cada detalle…

Solo admirándolo. Ya llevaba un largo rato ahí de pie, tal vez más de lo normal, hasta que se acercó alguien:

—Es hermoso, ¿no?
—¿Eh?

Se me acercó un chico, muy guapo.

—El cuadro.
—Ah, sí… lo es.

Nos quedamos los dos admirando el cuadro, empapándonos de él.

Los dos salimos de la galería.

—¿Y de dónde eres?
—¿Ah? Soy… de España.
—¿Y qué te trajo aquí?
—Es una larga historia.
—¿O sea que ya conoces la ciudad?
—En realidad, no.

Ellos se conocieron en la galería Belvedere y coincidieron muy fácil. Ella aceptó ir con un desconocido a conocer Viena.

—Me pone nerviosa no saber a dónde vamos.
—Ya vamos a bajar.

No sé qué me ponía más nerviosa, el saber a dónde íbamos o la presencia suya.

—Levántate, esta es la parada.

Nos pusimos de pie y lo seguí hasta la puerta del metro.

El frío se me quitó de inmediato en cuanto vi dónde estábamos, era un parque.

—Setagayapark… siempre es impresionante verlo, ¿no crees?
—Es hermoso.
—No creo que sea el mejor lugar para conocer Viena de primerazo, pero es un lugar que sí o sí necesitabas conocer —dijo mientras me sonreía.

Pensé que este momento lo iba a recordar toda mi vida.

—Es precioso, gracias.
—¿Ya cenaste?
—No.
—Entonces vamos a comer algo.
—Conozco un lugar cerca.

Menos mal, me estoy muriendo de frío.

Entramos en el pequeño local, olía a pizza, a masa recién hecha. Nos sentamos en una de las sillas. Ordenamos las pizzas.

—Gracias. Creo que no te he dado las suficientes, creí que sería una gran aventura comprar un tiquete de avión a cualquier país.
—¿Y por qué Viena?
—No sé.
—Verás, tenía un novio, íbamos a terminar de estudiar, luego nos casaríamos y tendríamos hijos, seríamos un matrimonio común, sin problemas, hasta que el imbécil me dijo “necesito tiempo”… y acá estoy.
—Ya veo…
—¿No vas a decir nada más?
—¿Quieres que diga algo?
—No.

No necesitaba que alguien me juzgara o criticara desde su punto de vista.
Necesitaba que alguien me escuchara, necesitaba desahogarme.

Salimos del local.

—¿Y bien, qué hacemos ahora? —pregunté.
—Nada.
—¿Nada?
—Solo disfrutemos.

Siguieron caminando toda la noche, hablando y solo disfrutando de los instantes. Y luego llegó el final de la noche.

—Supongo que esto es un adiós.
—Sí.
—Tal vez mañana podríamos volver a salir.
—Podríamos, pero mañana ya me voy, mi vuelo sale a las 9.

Nuestros ojos se enredaron por un tiempo, uno muy largo… no pasamos mucho tiempo juntos y traté de convencerme de ello, pero esto era diferente…

—Axel…
—Dime.
—Gracias por esta noche, no la olvidaré nunca, gracias de verdad.
—Deja de darme las gracias.
—Fue divertido —bromeé.
—Lo fue.

No quería que se acabara esta noche, porque fue única, auténtica.

—Adiós, Axel.
—Adiós, Ellie.

Asentí y giré. Caminé lento, muy lento, más de lo normal para entrar al hotel, esperando que dijera algo, pero no pasó. Volví a mirar hacia atrás y todavía estaba ahí, giró la mano en señal de despedida y se dio media vuelta y se fue…

Me quedé mirándolo, sabía que era la última vez que lo iba a ver, no habría un después, y aun así no supe cómo despedirme de él.

Todo terminó de la misma forma en como se conocieron, siendo dos completos desconocidos.

Lo que ella nunca supo es que Axel sí intentó buscarla y fue al aeropuerto, pero su vuelo ya había salido. Llegó a su casa, donde la recibieron sus padres con felicidad, pero ella no podía dejar de pensar en el chico que conoció en la galería Belvedere, con el cabello despeinado y su personalidad despreocupada. No entendía muy bien por qué él se fue sin pedirle el número, tal vez para él solo fue una noche más en Viena.

Él se quedó pensativo, sin entender muy bien cómo dejó ir a esa chica, sabiendo que en cuanto la conoció no paró de pensar en ella, y él sabía que a partir de ese día no volvería a conocer a nadie igual. Ambos siguieron con sus vidas, pero pensando mutuamente en ellos, en quienes conocieron esa noche en la galería.

En algún rincón del universo siempre serían el uno para el otro, mientras caminaron esa noche juntos en el Setagayapark, aunque no tuvieran el mismo destino. Y no importaba cuántas personas conocieran, cuánto tiempo pasase, tenían la certeza de que habían dejado una huella imborrable en el corazón de cada uno.